Planes rotos--Novia del guerrero del desierto (ganadora premios rita) by Sarah Morgan

Planes rotos--Novia del guerrero del desierto (ganadora premios rita) by Sarah Morgan

autor:Sarah Morgan
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2020-01-17T10:15:54+00:00


Capítulo 1

Los persas enseñan tres cosas a sus hijos entre los cinco y los veinte años: a montar a caballo, a utilizar un arco y a decir la verdad.

Historias de Heródoto, historiador griego, 484-425 a.C.

CALLA, NO hagas ruido –Layla le tapó la boca a su hermana–. Se les oye cerca. No pueden encontrarnos.

Layla lamentó no tener más tiempo para encontrar un lugar mejor para esconderse. Desde luego meterse tras las largas cortinas de terciopelo de la habitación de su padre no parecía el mejor sitio y, sin embargo, sabía que era el más seguro porque a nadie se le ocurriría buscar allí a las princesas. Les estaba prohibido entrar al dormitorio de su padre, ni siquiera el día de su muerte.

Pero Layla había querido ver con sus propios ojos que el hombre que había dicho ser su padre yacía frío y sin vida en la cama, comprobar que no volvería a levantarse para cometer un nuevo pecado contra ella o contra su hermana. Layla se había metido allí y había oído cómo su último aliento marcaba su destino. Sus últimas palabras no habían expresado ningún arrepentimiento por la vida que había malgastado. No había pedido ver a sus hijas, ni siquiera que alguien les dijera que las quería y compensar así tantos años de abandono. No había pedido perdón por el mal que había hecho y mucho menos por la última maldad que condenaba a su hija para siempre.

–Hassan debe casarse con Layla –había dicho–. Es la única manera de que el pueblo lo acepte como gobernante de Tazkhan.

Layla seguía tapándole la boca a su hermana pequeña mientras se acercaban los pasos. Las cortinas le rozaban la frente y sentía el olor a polvo. La oscuridad la desorientaba, pero esperó en completa tensión, temiendo que el más mínimo movimiento las delatara y alguien abriera las cortinas.

Al otro lado de la protección que les ofrecía el grueso terciopelo, oyó varias personas que entraban en la habitación.

–Hemos mirado en todos los rincones del palacio y no están en ninguna parte.

–No pueden haber desaparecido –dijo otra voz.

Layla la reconoció de inmediato. Era Hassan, primo de su padre y, si se cumplían sus últimos deseos, su futuro esposo. Tenía sesenta años y aún más ambición que su padre.

En un momento de aterradora claridad, Layla vio su futuro y le pareció aún más negro que el escondite en el que se encontraba. Clavó la mirada en esa oscuridad, sin atreverse a respirar siquiera por miedo a delatarse.

–Las encontraremos, Hassan.

–Dentro de unas horas te dirigirás a mí como Excelencia –replicó Hassan–. Y más vale que las encontréis. Probad en la biblioteca; la mayor se pasa allí el día. La pequeña es muy habladora, así que la enviaremos a Estados Unidos y, al no verla, la gente no tardará en olvidarse de ella. Mi boda con la mayor se celebrará antes del amanecer. Por suerte, es la menos habladora, así que no creo que proteste.

Layla pensó que ni siquiera sabía cómo se llamaba. Para él solo era «la mayor», «la menos habladora».



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